Humedales en Colombia: en los últimos 150 años se ha perdido más del 60%
Un estudio demuestra que los humedales en Colombia se pierden a gran velocidad. Por qué son tan fundamentales y qué hacer para protegerlos.
Un estudio demuestra que los humedales en Colombia se pierden a gran velocidad. Por qué son tan fundamentales y qué hacer para protegerlos.
Colombia es un país lleno de agua. Su ubicación estratégica sobre la línea del Ecuador le otorga riqueza en recursos y biodiversidad, además de posicionarla con una característica poco frecuente como que comparte dos océanos, el Pacífico y el Mar Caribe. Sin embargo, y a pesar de que el 50% de su territorio sea mar, enfrenta un grave problema con una de sus más importantes fuentes de agua: los humedales.
Los números son tan contundentes como preocupantes. A lo largo de los últimos 150 años, Colombia ha perdido más del 60% de sus humedales y así también un recurso con un potencial enorme: regular caudales, capturar carbono, generar hábitat para fauna nativa y endémica, permitir una mayor resiliencia de las comunidades frente al cambio climático.
De hecho, uno de los grandes inconvenientes en este panorama está vinculado a este último punto. Hay un profundo desconocimiento de la sociedad en general acerca de estos ecosistemas y los beneficios que le otorga, y eso es un trampolín para avanzar en la destrucción y transformación de los mismos.
La mayoría de las personas no saben qué es un humedal y para qué sirve. Entonces, la idea que se tiene de él es que es un pantano, un lugar lleno de barro que no hace más que incomodar. Esto decanta en una asociación errónea de que estos reservorios de agua son lugares para transformar, para rellenar y así posibilitar otro tipo de uso.
La expansión urbana: el mayor peligro de los humedales
Esta difícil relación entre el ser humano y el humedal ha dado pie a una problemática que se repite en cada uno de estos ecosistemas a lo largo y ancho de Colombia, y que los expone a niveles de peligro que amenazan su existencia: la expansión urbana.
Ese factor puntual fue el que encontró en su investigación Corporación Cambio Sostenible, una ONG colombiana que estudió los impactos socioculturales del país en la pérdida de humedales. “La velocidad con la que siguen desapareciendo depende de qué tan reconocidos están para las comunidades el uso y la conservación de ellos”, explica Kenny Espinoza, director de la organización.
La investigación se enfocó en Bogotá, ciudad capital, donde estos ecosistemas coexisten fuertemente con el mundo urbano. De hecho, la legislación local indica que lo más cercano que puede estar una actividad cualquiera con respecto al humedal es de un mínimo de 30 metros.
En Bogotá, 12 humedales cuentan con la protección del Convenio de Ramsar, un acuerdo internacional que promueve su conservación y uso racional.
Se trabajó sobre ellos y sobre la laguna de Fúquene, dada su capacidad biodiversa y dado que son vitales para la subsistencia de más de 600 especies de aves migratorias y nativas, algunas de estas en la lista roja de conservación natural. Las especies se ven amenazadas, justamente, por las transformaciones de esos ecosistemas.
Una convivencia desigual, sin beneficios para nadie
La investigación de Cambio Sostenible estuvo enfocada en comprender cómo las personas están cohabitando con los humedales, qué tipo de actividades desarrollan en sus alrededores o inmediaciones, y cómo esas actividades que realizan recurrentemente impactan tanto positiva como negativamente.
Los puntos que se evaluaron fueron: el conflicto de uso con actividades agrícolas; la expansión urbana; los vertimientos de aguas residuales (tanto industriales como domésticas) que son eliminadas directamente a estos ecosistemas; fenómenos sociales que han incidido en los alrededores como la inseguridad; el arrojo de basura (tanto orgánica como inorgánica), como escombros o aparatos electrónicos; ruido ambiental.
Enfocar el estudio a partir de las especies de aves en peligro les permitió ponderar el grado de riesgo de desaparición de los humedales. No solo su desaparición en tanto extensión, sino también en cuanto a función ecológica: puede seguir existiendo como cuerpo de agua, pero empezar a generar efectos totalmente adversos, como la emisión de CO2 y metano al ambiente, o ser un foco de contaminación, o un foco de enfermedad en la salud pública.
De todas las variables, determinaron que la expansión urbana tiene una relación negativa muy fuerte. “Mientras mayor sea el impacto de esta expansión urbana, menor será el estado de conservación y la oferta de recursos para estas especies”, dice Espinoza.
Lo llamativo es que, además, el peligro no corre únicamente para estos ecosistemas, sino también para el ser humano. Espinoza explica que un humedal también puede volver a ser lo que era, por lo que no hay garantía de que los suelos sean del todo estables para la convivencia residencial. De hecho, a pesar de que no estén conectados superficialmente, sí lo están de forma subterránea.
Qué se puede hacer para proteger los humedales en Colombia
Para el director de Corporación Cambio Sostenible, los puntos de partida son claros. Por un lado, que el desarrollo territorial tenga en cuenta estos ecosistemas y todas sus implicancias. Por otro, y más medular incluso, que la comunidad en general logre reconocer su rol en la conservación de estos reservorios de agua y que logre respetar los límites necesarios.
Parte de la estrategia de investigación de la ONG tiene que ver con la incidencia en políticas públicas para que los diversos actores dentro de la sociedad comprendan la magnitud de pensar con un enfoque de desarrollo sostenible.
“Necesitamos instalar espacios de concertación con las comunidades para que primero entiendan qué es un humedal. Por qué protegerlo. Que entiendan la diferencia de que no es un capricho ecologista y que es una idea de desarrollo sostenible, donde lo que queremos es que aprovechen esos ecosistemas para el bienestar propio”, explica Espinoza.
“Que sepan que lo que hoy hagan en conservación de esos humedales, se les va a retribuir en varios impactos, como la mitigación del cambio climático. Si esos ecosistemas funcionan de forma sana e interconectados con otros sistemas ecológicos, van a permitir que regule microclimas, que sirva de sumidero de carbono a un costo cero, que regule caudales ante inundaciones o avalanchas torrenciales, y que genere espacios de reservorio adicional para especies críticamente amenazadas”, concluye.
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