Fracking y sismos: la vida cotidiana en territorio mapuche en Vaca Muerta

La comunidad mapuche remontan su preexistencia en lo que hoy se conoce como Vaca Muerta, antes de su atractivo petrolero y gasífero. POR MELISA CABRAPAN DUARTE / FOTOS: CAROLINA BLUMENKRANC

¿Cómo sería el territorio que hoy llaman Vaca Muerta si nunca hubiera llegado la industria hidrocarburífera? ¿Cómo sería su paisaje? ¿Cómo viviría su gente? Contar lo cotidiano de las comunidades mapuche que anteceden al área de explotación para comprender el presente del fracking requiere viajar en el tiempo y adentrarse en lo que se vive día a día.

Porque no ocurrió de la noche a la mañana, ni se trata sólo del descubrimiento de una formación geológica, sino del incremento de una explotación que multiplicó pozos y yacimientos, y cambió de signo convencional a no convencional con la incorporación de nuevas técnicas.

Hoy, las comunidades están atravesadas por numerosos gasoductos, oleoductos y caminos que llevan a plantas y locaciones que se expanden como los intereses de quienes miran una vaca que no está muerta, dice la gente. En los tiempos en los que los lof (territorio comunitario) remontan su preexistencia en el lugar, nada de esa infraestructura estaba. Y por eso conocen bien qué se afectó, qué se fractura y atraviesa, y por qué se lucha.

 

Lof Fvta Xayen: Territorio perforado, territorio adorado 

 

“Todo esto yo lo conozco, todo”

La comunidad sabe de cada barda, camino, costa del río, planta y animal. Los y las integrantes del Lof Fvta Xayen conocen al detalle el territorio que habitan desde hace un siglo y en el que conservan la palabra de sus mayores. También, entienden con certeza cuando se ve afectado y modificado de manera inconsulta.

Las empresas están acostumbradas a realizar obras sin permiso, reales e incluso simuladas, cuenta Liliana, la logko (máxima autoridad del lof). “Está marcado como que va un gasoducto, y nosotros que conocemos el campo, ¡cómo va a haber una cañería ahí! Lo hacen para marcar el territorio. Nosotros sabemos dónde va una cañería, nosotros sabemos.”

El recorrido por el campo con la tía Poli, la mayor de la comunidad actualmente, le remueve recuerdos: “Yo estos cerros si los habré andado todos… Conozco todo. No se me va a borrar nunca la imagen mientras viva. Si habré andado, mirá. Lluvia, tormenta, viento y dale no más. Pero, yo esto lo conozco, ¡todo esto yo lo conozco, todo!”

Poli lleva el nombre de su mamá, Damiana Paynemil, nacida en la que antes era Reserva Paynemil, quien luego se asentó junto a su familia al otro lado del río Neuquén, en Tratayen. Muestra donde cuidaba a los animales que su mamá recibió en herencia y que su papá le encargó luego de que su hermano se fuera al servicio militar. Con 11 años de edad, los pilares (grandes rocas erosionadas) eran su casa de día y de noche, la protegían del viento y del calor, y le ofrecían un descanso con su mate, pan con dulce y queso. Ahí juntaba a las chivas y vacas para, después, llevarlas al corral. También se encontraba con una pareja de águilas que comía a los chivitos. Las vizcachas que se escondían en la roca le daban miedo —cuenta, riéndose—, porque no sabía lo que eran.

Los y las integrantes del Lof Fvta Xayen mapuche vivían en Vaca Muerta mucho antes

Créditos: Carolina Blumenkranc

“Acá vivían, tiraban todo”

Cerrito Los Guanacos, Bajada de los Caballos, Bardita de la Liebre, Montón de Trigo, Barda del Corazón y Piedra Las Tres Gentes son algunos de los lugares reconocidos, recorridos y distinguidos por el Lof Fvta Xayen. Mientras, el megaproyecto Vaca Muerta demarca, en sus propios mapas, los yacimientos dentro del territorio comunitario: Bandurria Sur, La Amarga Chica, Cruz de Lorena, Coirón Amargo, Loma Campana y Sierras Blancas, entre otros. Estos están delimitados para la explotación mediante fractura hidráulica (o fracking) que se incrementa día a día y son la continuidad de la extracción convencional en Loma La Lata, primer yacimiento descubierto en la zona en 1977.

Poli dice que la primera empresa fueron “los yankis”, que así se llamaban, aunque su sobrina Lili le pregunta si así se llamaban o si eran yankis, o sea, de Estados Unidos —como lo son muchas operadoras, bancos e inversores en Vaca Muerta—. De uno u otro modo, de ahí venían, y se instalaron con su campamento cerca de los pilares, tal y como acostumbraban, es decir, dentro de la misma zona de trabajo.

“Acá vivían, tiraban todo. Si vas por ahí todavía están las latas, las botellas de vidrio que yo levanté un montón para hacer salsa”, cuenta Poli.

Y habla de la buena relación y trato que tenían los jefes con su padre. Le compraban chivos y corderos. A su mamá le regalaban cajas de pollos. Ella les ayudaba a entender lo que el gringo decía, siendo incluso una “borrega chica” muy apegada a su papá.

“Pero, de ahí a pedirte permiso, ni ahí”, le dice la logko, remarcando esa falta de costumbre de consultar a quienes habitaban el lugar, como consecuencia del no reconocimiento histórico por parte del Estado sobre la ocupación tradicional de las comunidades.

 

“Se meten por arriba de los montes”

En la región que luego se organizaría como Consejo Zonal Xawvn Ko (encuentro de las aguas) de la Confederación Mapuche de Neuquén hacia principios de 2000, con el resonado conflicto por la instalación del Proyecto MEGA, el Estado provincial debió reconocer la presencia mapuche. La comunidad Kaxipayiñ, familiares de Fvta Xayen ubicados en la margen sur del río, junto a otros lof y organizaciones de apoyo, realizaron una larga ocupación y campamento en el predio de la obra, por las cientos de hectáreas que les habían usurpado.

La logko Liliana dice que las cosas fueron cambiando en relación con la intromisión de las empresas y de que hicieran lo que quisieran, y que esto se debe al proceso de organización de la comunidad en el marco del consejo zonal. Esta fue y es la manera de resistir a los permisos y concesiones que el Estado dio a capitales extranjeros, consumados en la última década con el Pacto YPF-Chevron de 2013, que introdujo el fracking a gran escala en Argentina con Vaca Muerta y sin el consentimiento de quienes habitan el lugar.

Martín, el logko anterior y hermano de la actual autoridad, observa que la destrucción del campo incrementó. “Antes, abrían picada. Ahora, se meten por arriba de los montes. ¡Queda pelado! Y a mí lo que me duele es la pastura del campo, ese es un pasto verde, y ahora… porque antes hacían locaciones chiquitas, ahora hacen semejantes locaciones, ¡tremendas!”

Martín recuerda, también, que las chivas caían a las piletas de esos primeros pozos convencionales que quedaban al descubierto y sin ninguna medida de seguridad. En la actualidad, sufre la falta de agua para sus animales y para el consumo humano, mientras los manguerotes atraviesan el campo llevando millones de litros de agua para la perforación.

La toma de agua en el río está en el sector de la costa que a Damiana Paynemil y Alberto Mardones les fue usurpada en plena dictadura militar. Nada es casual en el derrotero de la apropiación. Y a ello se suma la Ruta 7, que pasó de ser un camino de tierra poco transitado a tener una altísima circulación de camiones y camionetas petroleras, con numerosos accidentes, y riesgosa para el cruce de los animales y para las personas. Esto, además del conflicto con las chacras, llevó a Martín a trasladarse al puesto arriba en la meseta hace más de 20 años, cuando todavía había paz, comenta.

las comunidad mapuche y el fracking

Créditos: Carolina Blumenkranc

 

“Un día cayó un camión de YPF”

Antes de instalarse allí, recorría esa zona con los animales en “Avioncito”, su caballo negro, y su recado durante días, durmiendo entre bardas y jarillales, hasta que eligió el espacio donde vivir, que brotó de verde y árboles frutales. Ahí construyó su ruka (casa) con un fogón adentro, fundamental para sus días y mateadas. Después de un tiempo, recibió a su madre Inocencia, a quien le gustaba hilar y tejer con lana de oveja, y le construyó enormes corrales para consentirla con los animales que tanto le gustaban. A pesar de las carencias por alejarse del río y de la tierra fértil, tuvieron varios años de tranquilidad. Hasta que, hace aproximadamente 10 años, “un día cayó un camión de YPF”, y le dijeron: “Estamos por allá, pero acá no vamos a venir”. Dos meses después, ahí los tenía iniciando obras.

“El lugar estaba recontra estudiado por la sismográfica”, cuenta Martín. Él mismo los había guiado durante las primeras exploraciones décadas atrás, por su detallado conocimiento del campo. Sin embargo, esa marcada presencia y uso tradicional del lugar no fue suficiente para que las empresas no ingresaran, basándose en el principio de soberanía energética que se fricciona con los marcos del Derecho Internacional Indígena. Distintas normativas han sido ratificadas por Argentina y protegen la posesión tradicional y comunitaria. No obstante, los Estados nacional y provincial responden a los intereses económicos y habilitan, así como promueven, el extractivismo de la naturaleza.

Paralizar las obras, hacer resguardos, cerrar tranqueras y colocar carteles del lof en distintos puntos, entre otras medidas que tomaron, les costó a integrantes del Lof Fvta Xayen tener que “desfilar por la fiscalía” por acusaciones de usurpación, y como consecuencia de la criminalización de la defensa territorial. Las acciones, que continúan realizando, fueron necesarias para que “dejaran de pasarlos por encima”, cuentan, desde las empresas hasta los privados, que son quienes tienen los títulos de propiedad de lotes colindantes o, incluso, con comunidades adentro. En ello fue fundamental organizarse como comunidad, lo que implicó mostrarse y reafirmarse de un modo diferente, como expresa el werken Diego: “Te conocen de una manera, y te toca defender el territorio”.

 

“Carta a la libre explotación”

La situación también llevó a la comunidad a confederarse y sumarse a la organización intercomunitaria del Consejo Zonal Xawvn Ko, basándose en su identidad, origen mapuche, preexistencia y larga permanencia en el territorio. Después de siete años de movilizarse como comunidad, hace algunos meses tienen diálogo con YPF. Esto se debe, argumentan, a que los trabajadores son nuevas generaciones y gente de la zona que estudió en Neuquén, y que admiten y “tienen la sensibilidad de decir ‘ustedes lo que reclaman es lo que les corresponde’”, en palabras del werken.    

Las comunidades de Xawvn Ko distinguen entre los trabajadores de la industria y los empresarios que lucran con la explotación de los territorios. Los primeros también son víctimas directas de los riesgos del extractivismo y de los accidentes laborales que se multiplican y van dejando huella incluso al interior de los lof. Así lo muestra el altar que familiares y amigos de Ariel García colocaron en la locación donde se accidentó en un operativo de montaje durante la pandemia de Covid-19 que, supuestamente, detuvo la actividad. En algunos casos, los trabajadores son integrantes de las comunidades, por la falta de oportunidades laborales en la zona y de cómo se imponen los altos sueldos petroleros, a pesar de la flexibilización y precarización de este sector.

Ocupar distintos puestos de los trabajos de perforación, transporte, administración y servicios varios de las empresas es una realidad que incomoda y preocupa a las comunidades, ya que produce conflictos internos, debilita la participación comunitaria, lleva a grandes diferencias en los ingresos económicos de las personas, y genera riesgos latentes y experiencias ya vividas de accidentes. Y, además, las hace sentirse responsables de los daños que ocasionan los proyectos desarrollistas que invadieron sus territorios.

Pero, la “carta a la libre explotación”, como dice el werken Diego, no sólo la realizan las grandes firmas con promoción de los gobiernos: mediante los privados, las empresas concretan su ingreso a los yacimientos en tanto la normativa internacional indígena se los impide.

“Ahí hay un alambre que divide un privado de nosotros. De ahí para arriba, lo que quieren lo hacen. Puede haber 20.000 derrames para arriba, pero el propietario no vive ahí, no le interesa, no ocupa, no le sirve el campo, lo tiene solamente para recibir la servidumbre”, explica.

Los títulos de propiedad, cuenta Diego, les han permitido a los privados la especulación financiera incluso antes de Vaca Muerta. A lo largo del tiempo, han tenido distintas fachadas de emprendimientos productivos —agrícolas, principalmente— para recibir beneficios del Estado, como recuerdan la logko e inan logko (segunda autoridad), que en su infancia regresaban del campo contiguo con bolsas llenas de papas que permanecían ahí sin cosechar con las que Inocencia les hacía ricas comidas.

Esas apariencias siguen presentes. Los privados no parecen mostrarse afectados ni movilizarse por las transformaciones que produce la impactante infraestructura del fracking, ni por los derrames de oleoductos, las explosiones de los caños de gas y la contaminación que esto provoca. Ellos no viven en el lugar y tampoco se hacen responsables, expresa la logko Liliana. 

Y agrega: “Imaginate todo el rompimiento. Mirá todo, cuántas picadas, todo en el mismo espacio. ¡Cómo rompe el campo! Y a ellos no les importa, a ellos les interesa cobrar la regalía”.

la comunidad mapuche en Vaca Muerta se vio afectada por llegada de YPF

Créditos: Carolina Blumenkranc

“Ellos sí tienen y uno nunca lo tuvo”

La afectación a los animales y a todas las vidas del territorio queda invisibilizada, y es difícil de reclamar cuando sucede en el lote vecino. Integrantes del Lof Fvta Xayen recorren el campo constantemente y “ven la contaminación cuando pasan a caballo”. También ven cuando “entran a taparla” y a disponer medidas de seguridad escasas en el lugar que huele a estación de servicio. La tierra contaminada, en la que Poli logra identificar huellas de zorro, se la llevan a las plantas de tratamiento de residuos, alias “basureros petroleros”.

Los impactos se vivencian en lo cotidiano, en el saber de que los animales se enferman, de que el agua escasea y de que pura ya no hay. “Esto va a ser la guerra del agua”, advierte Martín. Se sabe que a las plantas les cuesta crecer, que ciertos animales ya no andan y que la tierra está toda agujereada. Los cielos estrellados ya no se pueden ver de noche por la iluminación de las locaciones que parecen ciudades en medio del campo, y la tranquilidad se anhela cuando los ruidos se vuelven insoportables. 

Lejos está Vaca Muerta de ser un proyecto para el beneficio de toda la sociedad, cuando ni siquiera satisface las necesidades básicas de la gente cuyos territorios y vidas les despoja. “Acá no tenemos gas, no tenemos luz, no tenemos agua, y otras cosas más que nosotros no tenemos”, decía la abuela Inocencia con enojo.

Su hermana Poli, con tono de indignación, agrega: “No puede ser, ellos sí tienen y uno nunca lo tuvo”.

 

Lof Wirkalew: Territorio resquebrajado, territorio de memorias

 

“Se vino todo abajo”

Unos mates amargos antes de salir con las chivas al campo, si el humo negro y ácido que sale de esa llamarada hoy lo permite, según cómo sople el viento, dice Elda Wirkalew.

Ella está segura que a ese árbol lo mató la contaminación, porque sobrevivió a fuertes sequías y heladas. Pero, aún preserva una rama verde, como su esperanza, a pesar de que ahora le propongan tirarle la casa abajo para construirle una antisísmica que resista a su propia causa: el fracking que hacen en la zona desde años recientes.

Su hermana Jovita se niega a demoler su casa. Dice que no lo va a permitir, que por lo menos la va a usar para guardar forraje para los animales, si bien reconoce el riesgo que eso implica. Sobre el último, recuerda: “Mi nietito se escapó no sé cómo. Se le cayó un coso con cemento. Él estaba sentado ahí y se para a buscar no sé qué, si no, ¡no sé qué hubiese pasado! Todo ese pedazo se vino, se vino todo abajo, un peligro”.

Entre hermanos y hermanas, son nueve los y las mayores del Lof Wirkalew, y coinciden en que los sismos no vienen de Chile —como se decía—, sino que los provoca la hidrofractura que se hace en la “ciudad del petróleo”, como le llama la comunidad al resonado yacimiento Fortín de Piedra. Este tiene los niveles más altos de productividad de gas y petróleo en la cuenca, y lo opera desde hace nueve años Tecpetrol, del Grupo Techint. 

Jovita cuenta que, cuando fueron a hacer el relevamiento de la situación organismos provinciales y locales de Sauzal Bonito, ella les dijo: “Esto no es un sismo natural. Esto es una explosión por debajo. Es como si te largaran una bomba y te explota todo. Yo quisiera que alguno de ustedes esté en ese momento”.

 

“Quedaba oscuro adentro, lleno de tierra”

El Instituto Nacional de Prevención Sísmica (INPRES) niega que la causa sea la actividad hidrocarburífera. Tampoco registra los frecuentes sismos menores a 2,5 de magnitud local en escala Richter, por lo que el Informe Semanal de Sismicidad de la Provincia de Neuquén está sesgado. Sin embargo, especialistas dan cuenta científicamente de la relación directa entre fracking y sismos, sobre todo desde 2015, cuando se intensificó el extractivismo en Vaca Muerta por la puesta en marcha de distintos acuerdos y operaciones entre capitales estatales y extranjeros.

Si para algunos es un “desierto de dólares a 3000 metros bajo tierra”, para el Lof Wirkalew es miedo, bronca, pérdida de conciencia, llanto, estrés, presión alta, mareos e inseguridad constante, entre tantas otras sensaciones y malestares. 

“Las casas empezaron a hacer así, te imaginás, toda casa tiene tierra arriba, entonces quedaba oscuro adentro, lleno de tierra. Y salís y a la noche esperás otro más y, a ver ‘me duermo sentado aunque sea en la puerta, en cuanto que siento otro ruido disparo, que se caiga la casa’. Jamás la petrolera te va a decir ‘mirá tené cuidado, yo te voy a reventar a vos, igual que las casas’”, cuenta Tino Wirkalew, uno de los hermanos mayores.

En tanto, Serafín Wirkalew, otro de los hermanos, dice que “el maldito fracking”, además de rajarle las casas, hizo que las kura (piedra) se vinieran abajo. Por el gran temblor ocurrido en mayo de 2022 —de 4,5 de magnitud local en escala Richter, a 5,6 kilómetros de profundidad—, se desprendió una enorme roca del Taitun, sitio intangible y sagrado para el lof, lo que está dificultando el paso de los animales y obstruyendo la búsqueda de leña.

“¿Y dónde duerme la chiva? En la montaña. Entonces, cae una piedra de esas y mata a muchas. Están haciéndole daño a las casas, pero también a los animales. Los caballos también, que se espantan con el movimiento ese y los animales quieren rajar para cualquier lado, porque quieren salvarse”, expresa al respecto.

 

“Acá no cayó solamente mapuche”

El Lof Wirkalew conoce lo que es buscar salvarse. La resistencia para permanecer en el territorio y poder vivir está en su historia larga y contemporánea. Ana Wirkalew, la menor de las hermanas mujeres, recuerda a su abuela Juana Aiyan, quien falleció a los 125 años y advertía a su descendencia no hablar mapuzugun porque los iban a matar.

“Cuando nos juntábamos a conversar en el fuego, nos contaba de la invasión que se hizo, por [Julio A.] Roca [a fines del siglo XIX], cómo mataban a la gente originaria del lugar y desaparecían, porque ahí cayeron muchos tíos nuestros, mucha familia, otros se salvaron como mi abuelito, fueron tirados al río”, agrega Serafín.

El famoso yacimiento Fortín de Piedra hereda su nombre del fortín militar de la llamada “Campaña del Desierto” (1878-1884), plan sistemático a través del cual el Estado argentino dispuso el exterminio del Pueblo Mapuche, así como de otros pueblos originarios de la Patagonia, para la expansión de sus fronteras.

Policarpio Wirkalew o Poli, el hermano mayor, señala a lo lejos, del otro lado del río, donde estaba el fortín que conserva todavía alguna construcción. También advierte que no es exactamente el mismo lugar en donde está la planta o central de operaciones de la empresa del italo-argentino Paolo Rocca. ¿Por qué habrán insistido, entonces, en nombrar así al yacimiento? ¿Será un modo de volver a declarar la guerra en este territorio?

Corrida, matanza, invasión, awkan, le llama la gente a lo que hicieron con su pueblo. La tierra guarda materialmente esa memoria. El Lof Wirkalew tiene sitios de sepulturas, como se aprecian desde la parte alta de la comunidad, entre bardas, valles y cañadones que huelen a tomillo. A lo largo de los años, encontraron armas, botones, ropa y hasta restos óseos humanos, “porque acá no cayó solamente mapuche, acá cayeron los soldados”, dice Tino, lo que también le hace recordar sus tiempo en el servicio militar en Covunco, al Norte de la provincia de Neuquén, a sus 20 años.

los sismos en Vaca Muerta afectan a la comunidad mapuche

Créditos: Carolina Blumenkranc

“El primer usurpador fue Hidronor”

El territorio hoy cada vez más resquebrajado contiene lugares de la infancia y juventud de las hermanas y los hermanos Wirkalew, como el rial, un espacio de refugio y descanso cuando arreaban a los animales, que mantiene sus piedras apiladas.

Tino señala con nostalgia los caminos alternativos que tenían para llegar hasta las aguadas (Grande y del Carrizo) antes de que “llenaran el lago” Los Barreales. Las referencias eran los cerros, las piedras, los llanos o, incluso, alguna anécdota simpática como la que cuenta Poli de la bajada del zapallo, con el que se encontraron cuando rodó cuesta abajo y marcó el nombre de un sendero. También describe con exactitud, mirando el lago artificial, cada lugar por el que circulaban, kilómetros y kilómetros de distancia, y distintos puntos de referencia, tales como la Loma Atravesada, el Pozón de la Botella, el Corral de Piedra y los Cerros Colorados, chico y grande. 

El embalse del río Neuquén dejó el campo bajo agua, y los animales sufrieron también la reducción territorial. “El primer usurpador fue Hidronor”, coinciden los y las Wirkalew.

“Lo vinieron a ver a mi viejo, le prometieron, iban a hacer eso, pero le iban a dar más campo en otra parte. No se cumplió nunca. Los viejitos antes confiaban en la palabra, no había ningún documento”, cuenta Poli.

Y Serafín relata: “Así que morían vacas, ovejas, chivos, de todo un poco. Eso nos mandó a trabajar afuera, porque ya no podíamos vivir, éramos hermanas y hermanos, éramos nueve, no podían sostenernos ellos. Entonces, nosotros cumplimos una edad y tuvimos que salir”. 

“Desde hace rato que empezó la malaria en esta zona”, agrega Lalo Wirkalew, el más campero de los hermanos. Y es inevitable remitirse a los proyectos de construcción de represas hidroeléctricas en la región, como la de Cerros Colorados, el Chocón y Alicurá. Estas obras fueron impulsadas en dictadura y, en vistas de un plan de desarrollo, transformaron los territorios y precarizaron la vida de quienes vivían de la relación con la tierra, expulsándolos hacia otros mercados de trabajo alejados de su lugar.

En el caso de Jovita, recuerda que la mandaron a los 13 años a trabajar en la cosecha. “Teníamos los animales flacos, teníamos que trabajar para vestirnos, no alcanzaba, éramos muchos. No sabés el sufrimiento, qué manera de sufrir. En Cinco Saltos [Río Negro] estuve, todo chacra, pero era un sufrimiento, el calor te partía.”

En tanto, los varones, sobre todo los mayores, fueron empleados en la construcción de la represa, por lo que dicen sentirse “un poco culpables”. En los tiempos que restaban, volvían al trabajo con los animales, sabiendo cuándo se abrían las compuertas para llevarlos a las aguadas que luego serían totalmente sumergidas, así como los espacios de encuentro con las comunidades del otro lado, Kaxipayiñ y Paynemil.

 

“¿Por qué luchan ustedes?”

Los proyectos extractivistas basados en la mercantilización de la naturaleza transfieren a las víctimas la responsabilidad de sus implicancias y daños, cuando es su misma matriz de despojo la que reduce las posibilidades de reproducción y producción tradicional de la vida en los territorios mapuche.

Lo mismo sucede con el trabajo hidrocarburífero, en el que sucesivas generaciones de Wirkalew se han insertado ante la falta de oportunidades, además de presentarse la industria como la mejor opción en términos económicos, en la misma lógica del capital que afectó también a las comunidades y que ellas mismas reconocen, en muchas ocasiones, con incomodidad y contracción. “Ah, pero vos estás trabajando, ¿por qué luchan ustedes?”, le preguntan compañeros de trabajo a Luis, hijo de Jovita e inan logko (segunda autoridad del lof).

Como parte del Consejo Zonal Xawvn Ko el lof, se moviliza junto a otros contra las petroleras o en acciones directas que involucran cortes de ruta y paralización de la actividad hidrocarburífera. Y, a pesar de que muchos trabajan en la industria, la comunidad ha resistido históricamente a desvincularse de la tierra y de lo que ésta provee.

En palabras de Serafín: “Esta comunidad siempre se dedicó a tener huerta, lechuga, acelga, durazno, maíz. Se ha hecho eso para subsistir, porque uno le va enseñando al que viene atrás, y por ahí un día se termine el petróleo, todo eso, y capaz tengan que volver al amor de hacer eso que estamos haciendo”. 

Las técnicas de explotación se renuevan, así como se renuevan los daños. La gente que habita el territorio conoce en detalle lo que esos cambios generan. Lalo dice que el agua está cada vez más contaminada, que “la muerte del agua es una muerte lenta” y que teme que del pozo del cual la comunidad bombea agua salga manganeso, porque —asegura—, con los movimientos de la tierra y las fisuras, las napas freáticas se alteran. “Y ese problema es grave para toda una comunidad, para un pueblo, lo que sea. Entonces, esas son cosas muy difíciles, porque ahí vienen problemas de la sangre, de todo, del organismo, esos son los problemas más graves.”

 

“Te arden los ojos y un olor a gas terrible”

Los países que prohibieron la fractura hidráulica y la perforación horizontal demostraron que el agua que sube a la superficie acarrea distintos metales pesados, producto de los químicos y arenas que se inyectan en los pozos de fracking, cuyas afectaciones físicas y a la salud son múltiples: irritación de la piel, ojos y parte superior del tracto respiratorio, alteraciones del sistema nervioso, depresión, dolores de cabeza, vértigo y náuseas, fatiga, confusión mental, debilitamiento muscular, cáncer de piel y de pulmón. 

Lalo describe cómo ha impactado, en particular, la explotación en Fortín de Piedra: “Las lluvias son distintas ahora. Usted junta un recipiente y la deja secar al agua dentro del recipiente, destapado, y va notar que hay algo rojo ahí, esas cosas son por las contaminaciones, por los pozos. Usted hace cinco, seis kilómetros más abajo, en la mañana temprano, y te arden los ojos y un olor a gas terrible. El viento, según cómo esté, de allá pa[ra] acá, contamina, y cae sobre el agua, sobre las plantas, jode al animal. Antes el animal era más tranquilo, hoy está más inquieto, desorientado, no se ubica. Y de repente viene un movimiento de estos. Eso está ocurriendo a las personas, a los animales, al agua, a las plantas. Y va a seguir Vaca Muerta…”

¿Cómo no tener esas certezas con la práctica de la observación que acostumbran? Si la gente conoce al detalle los aromas, colores y texturas del territorio en el que preexiste, así como cada uno de sus cambios. “Para los ricos no creo que sea triste —supone Serafín—, pero para el que vivió ahí toda la vida quiere vivir en su lugar.”

“Ellos creen que la tienen toda, ¡pero se pueden equivocar! ¡A mí lo que más me enoja es que rompan las plantas!”, exclama Jovita.  

 

“Si vos venís a sacar fotos, no vengas más”

Tanto Jovita como Elda lamentan no haber podido ir a la escuela por la lejanía y la pobreza, además de los trabajos que las ocupaban en la casa. La situación sólo permitió que fueran los hermanos menores, tiempo después. “Nosotras apenas podíamos con las ollas, pero era la orden que daba la mamá y listo.”

“Lo que quería era guardapolvo blanco, adoraba, te lo juro que adoraba”, recuerda Elda. Se casó a los 19 años con una persona de familia “mapuche mapuche”, dice, de Zapala. Sus seis hijos e hijas estudiaron en Cutral Có y Añelo, como el deseo pendiente que tenía y “para que supieran defenderse”. Para sostenerlos, hacía trueque en la ciudad con las verduras que sembraba y cosechaba en el territorio. Por ese esfuerzo, y tantos otros, Elda está indignada con los que van a hacer las inspecciones de las fisuras a su casa.

“Un día me enojé, ‘si vos venís a sacar fotos, no vengas más’, dame todas esas fotos para tapar la rajadura, le dije, ¡viste!, enojada, por lo menos para eso me van a servir”, rememora.

El sismo, que para ella es como un trueno, le rompió los lindos cuadros que tanto apreciaba, que le habían traído de otro lado. Ella cuenta que no sale mucho, que se la pasa en el campo, trabajando, a sus 73 años. Y dice: “Me quieren sacar, ¡pero a dónde voy a vivir!, sin animales y sin poder sembrar ni una verdura. Acá hago todo lo que puedo”. 

Elda resiste en su día a día para continuar preservando lo que siempre se ha hecho en ese territorio, cuidar y dar vida en contraposición a las alteraciones que el extractivismo ha provocado históricamente y en la actualidad. Como señalan geógrafos y geólogos, se evidencian cambios en el subsuelo producto de las perforaciones que modifican sus condiciones hidrogeológicas naturales. Las fracturas inducen los sismos y, a la vez, estos generan también el rompimiento de la infraestructura petrolera, contaminación por los químicos inyectados en la roca, y numerosas consecuencias que pueden resultar letales para la gente, tanto para trabajadores como para habitantes del lugar. Las explosiones de los pozos son un ejemplo de ello.

En cercanías a la costa de Los Barreales, en septiembre de 2019, se incendió el pozo gasífero “LLLO x2” de YPF, que está dentro del territorio comunitario y en plena zona de sismicidad. Una vez ocurrido el “accidente”, que remite a lo que no se puede evitar, se conformó un comité preventivo compuesto por subsecretarías provinciales como las de Energía, Minería e Hidrocarburos, y la de Medio Ambiente y Protección Ciudadana, junto a la empresa estatal con más incidentes registrados (derrames, fugas de gas, explosiones, accidentes de trabajadores) durante los últimos cinco años. Incluso, para apagar el incendio, se alardeó con traer un grupo especial de bomberos estadounidenses y con que se contaba con el asesoramiento para paliar el desastre.

Si viajamos en el tiempo, antes del incendio, del pozo, de la locación e incluso del lago artificial, se escucha la palabra y memoria ancestral que, a pesar de todo, resguarda el Lof Wirkalew. Serafín la trae al presente: “En esos tiempos, la abuelita fue enseñándonos cómo se vivía. Esas historias quedan grabadas en uno, y hoy ver la mapu [tierra] cómo está destrozada…”